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¿Es un sueño?, ¿yo una novia? No lo podía creer, sentada en las sombras de su habitación. Se preguntaba Laura, una mujer de más de cincuenta años. A quién hacía unos días una voz de atrás de su pequeña casa le pedía matrimonio. ¡Cásate conmigo! Imploraba la expresión desconocida, que al principio le era indiferente. ¡Si no te conozco! ¿Quién eres? Le interpelaba. Hasta que un día Laura harta de esta súplica le contestó. Te invito un café. Te espero mañana en Los Cafetales.
Se dispuso a hacerse pedicure y la voz le canceló la invitación dos horas después. No le importó. Ni lo conocía, aunque viviese atrás de su casa. Sólo quería que la dejara en paz o a lo mejor tendría un nuevo amigo.
Una noche antes de dormir oyó a los vecinos. ¡Soñé con Laura!, dijo la voz. Ella sintió una gran ternura por este hombre al que sus vecinas llamaban Carlos y aunque eran sólo palabras que le llegaban en penumbras.
Siguieron los días y la voz continúo, haciendo feliz a Laura, que a su edad nadie le había hecho esta proposición. Fantaseaba con la reacción de su familia que sí se habían casado y procreado.
La familia de Carlos decía que era feo, flojo, que no sabía en la que se metía. Pero ella ilusionada no los escuchaba, no le importaba si era feo, lo que importa es que me quiera, se decía ella. Carlos era adoptado y hasta pensaron adoptar ellos también un niño sin padres, de cuatro o cinco años.
Platicaban a través de las paredes. Soñaban con el mismo tipo de boda. Sin salón, cena, música, pastel, invitados trajeados y ellas con largas vestimentas y maquilladas. Menos en una iglesia. Irían al registro civil o en la casa de Carlos que tenía abandonada y vivía atrás con sus hermanas por Laura. Ella proponía cómo sería, quiénes de su familia irían, pero él nunca estaba de acuerdo.
Ponía una fecha y la dejaba plantada. Ni a sus hermanos y sobrinos quería invitar, le cancelaba, con crueldad le decía que eso no estaba en sus planes.
Luego la hermana mayor de Laura intervino. Con la que habitaba con su hijo. Los demás vivían con su propia familia.
Rosalba tenía amistad con la familia de Carlos, ella no. Sólo los escuchaba porque vivían atrás. Al darse cuenta decidió quitarle al único hombre que le había pedido matrimonio. Decía sola en voz alta: ¡Se lo voy a quitar, se lo voy a quitar! Y siempre que hay alguien interesado en Laura, Rosalba dice lo mismo, hasta lograrlo.
Iba a casa de Carlos. Preguntaba por él. Se metía en su cama. Algo que Laura nunca haría a menos que fueran un matrimonio. Lloró, le gritó a su hermana. Hasta se sintió ridícula. ¿Pelear por un hombre entre hermanas?, ¿qué estupidez?
A las dos semanas se desilusionó de ella, no era el único hombre en la vida de Rosalba. Y volvió a ella. Laura le decía “caracolito” y él “mujercita mía”. Pero seguía nombrando a Rosalba. Entonces le dijo, diez segundos, Rosalba o yo. Empezó la cuenta y al octavo o noveno segundo, se decidió por su hermana. Esta vez no hubo lágrimas, reproches contra Rosalba, con fortaleza apartó de su vida a Carlos. Y continuó.
Entonces Rosalba lo desechó. Sólo quería quitárselo y lo logró. Le hizo un favor. Ni trabaja como decía cuando se levantaba y se despedía de Laura, decía que era contratista y a las dos horas volvía. Carlos ni tenía la casa que decía con la complicidad de su familia.
Él sí se enamoró de mi hermana, le gritaba, ¡Ven conmigo, ámame! ¡Soy tuyo! Hasta Ricardo, el sobrino de Laura le gritó un día al escucharlo. ¡Deja en paz a mi mamá! Carlos suplicaba con una voz tan lastimera que sus hermanos y ella se pusieron a tratar de convencer a Rosalba que volviera con él. Pero lo desechó.
Ahora anda de uno a otro, sin encontrarse a sí misma, sólo el placer momentáneo. Su hermana confundida con sus sentimientos contradictorios ya no sabe si quiere a Carlos a pesar de la traición.
Carlos, se fue y volvió al hogar hace un mes. Lo sigue escuchando y ya no siente nada por él. Siguió su súplica después de todo lo que pasaron. Pero ella con firmeza no lo aceptará nunca.
Por Sandra Mortis | FACEBOOK
- Poeta y narradora -
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