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Va radiante porque se encontrará de nuevo con el seminarista que le habla de Dios, de lecturas por las que ella se interesa. Parece que tienen mucho de conocerse, hay familiaridad en los gestos y confianza en las miradas.
Alicia tiene dieciocho años, rubia, facciones exquisitas y cuerpo refinado, como la ropa con que se viste, exclusiva de Paris. Su padre es un empresario que viaja mucho y le trae regalos, como si con este gesto pudiera atenuar la falta de Mercedes Corrales, su esposa, que falleció cuando Alicia era pequeña. A mí me lleva todos los días a esta exclusiva zona residencial, ahí y a otros lugares, no puede salir sin mí, casi soy parte de ella.
El tiempo pasa como un ave que se pierde en el horizonte y ella apurada se despide de José, el maestro de piano no tardará en llegar. Le enseña los clásicos, pero a ella le agradan los boleros y tangos, que reproduce en un piano Adolph Lerch del siglo pasado (1849), ya que su padre Jaime Bracamontes es coleccionista de antigüedades y su casa está decorada con reliquias que consigue en las ciudades en las que transita, por negocios.
Su maestro de piano, Frank, no me gusta, tiene una mirada de pirata y es moreno como ellos. El padre de Alicia lo contrató por ser un famoso músico europeo, dijo que era de español y se presentó a él a ofrecerle sus servicios de maestro cuando lo conoció en un uno de sus viajes.
Su padre ausente, la deja al amparo del ama de llaves, la señora Amalia Lomelí que la cuida desde huérfana y la trata con ternura. No pretende ser su madre, sino su guía y la protege, aconsejándola y está ahí para lo que se le ofrezca. Porque para la señora Amalia, Alicia siempre será “su niña”. También se encarga de dar órdenes a la servidumbre, para que todo marche bien en la casa mientras el Señor Bracamontes atiende sus negocios internacionales.
Un día el maestro llega apurado, es tarde para la clase. Al quitarse el gabán traía arremangada la camisa y le vi un tatuaje. Era un ancla en el brazo, por lo que deduje que posiblemente había sido marino.
Los paseos al parque son cada vez más emocionantes para Alicia, pues se ha ilusionado con el joven seminarista, excompañero de juegos. Pero éste no se da cuenta de los sentimientos de la joven y continúa su carrera sacerdotal sin contratiempos, es su vocación.
Al toparse con la indiferencia romántica de José, se obsesiona con la melodía “El día que me quieras” de Carlos Gardel, que tan de moda está en esos días. La toca cuando se va su maestro al atardecer hasta la noche, llorando. A mí me tiene olvidado.
Frank nota los síntomas de Alicia, pues ha perdido el interés: interpreta sin ganas las bellas composiciones clásicas, sus ojos están rojos y no se arregla como antes. Pero aun así, pálida y triste, su belleza opaca todo lo que hay en la lujosa habitación. Su nana está resfriada en cama y no se entera de la tristeza de su niña. Los sirvientes ya tienen su rutina y son casi invisibles.
El maestro ha tomado el puesto para robarse lo más valioso de la casa. Lo hace desde hace años. Busca familias de abolengo, muestra credenciales falsas y entra a enseñar a jóvenes ricos con pretensiones musicales. Sólo está lo suficiente para que confíen en él y entrar libremente al lugar. Se las arregla para encontrar el objeto más valioso, apoderarse de él y huir. Tiene diferentes identidades y cambia de ciudad o país. La policía no ha podido detenerlo.
Pero Frank no sospechaba que se enamoraría del “objeto más valioso de la casa”, que es Alicia. El navegante joven que en uno de sus viajes aprendió música, ahora es un ladrón de treinta y tantos y de eso vive.
Al darse cuenta del interés de la joven por alguien más, decide descubrir quién es su rival. Nos sigue cuando vamos al parque, Alicia quiere ver a José que había suspendido un tiempo las reuniones por sus obligaciones, ya que sería pronto sacerdote.
El seminarista la ve y le pregunta qué le pasa, ella le confiesa sus sentimientos. La consuela y le dice: es un espejismo, no te desmorones por mí, tú vales mucho y ya encontrarás a un caballero que te aprecie. Alicia sonríe, lo abraza y le dice que siempre lo querrá. Fue una despedida de hermanos. Él le promete que en unos días irá a su casa para comprobar si ya está bien y lo vea con su nueva sotana. Ella le contesta que será su confesor e irá a misa para oír sus sermones, sin duda serán inspiradores. Cuando volvimos a casa, ya estaba mejor. Al fin dejaría de oír, El día que me quieras. Y en el camino me acarició el ala.
Frank al verlos y deducir por sus gestos, que el seminarista no es problema, se dispuso a la conquista. La invita a un café después de la lección, donde le platica de algunas de sus aventuras en otros países y la trata con cortesía. Ella está muy interesada en la conversación, pues nunca ha salido de la ciudad. Su padre es el que viaja, lo ve sólo los días festivos y las vacaciones. Ha prometido que la llevará a pasear pronto, pues ya no es una adolescente y ella espera con ansia ese momento. Le gustan los autores franceses y sueña con recorrer Europa. Él le dice que conoce gran parte del mundo, pero nunca ha visto una mujer más encantadora que ella. Ella se ruboriza y suspende el paseo. Yo que había estado encerrado en su habitación muchos días, me desilusioné por volver a casa, pues me estaba divirtiendo la conversación.
Frank se decepciona y pude notar en su mirada, unas terribles nubes oscuras. Pues está acostumbrado a mujeres fáciles. Ella es diferente pero será mía cueste lo que cueste, piensa.
Siguen las lecciones. El padre de Alicia anuncia su regreso. Al enterarse el maestro, debe actuar rápidamente. La invita a bailar a un salón. Ese día yo me quedé, fui sustituido por una diadema de brillantes.
Al llegar a casa, venían riendo y olían a alcohol. Frank la sostenía, la llevó a su cuarto donde ella vomita y se queda dormida. Mañana, dijo a la durmiente, mañana te llevaré conmigo. A la nana le da un somnífero en su té, para que no intervenga y la servidumbre, se va de fin de semana.El maestro ya ha hecho maletas, la suya y la de Alicia, al siguiente día, partirán, se la llevará con engaños.
Como prometió José llega a buscarla para mostrarle su hábito. Le abre la puerta Frank. Que el sacerdote se presente es un inconveniente. Lo hace pasar. José lo saluda y le pregunta por Alicia, le contesta que tomé asiento, que la llamará, sale del recibidor y vuelve a entrar cuando el joven sacerdote está sentado y lo apuñala por la espalda. Se lleva a Alicia inconsciente y yo me quedé en el perchero sin poder hacer nada. ¡Pues soy sólo un sombrero! ¡Caramba!
Por Sandra Mortis | FACEBOOK
- Poeta y narradora -
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