Y comprendo de una vez para nunca
el clima del silencio
donde se nutre y perfecciona la muerte
Xavier Villaurrutia
Ivonne del Valle plantea en su libro Escribiendo desde los márgenes (2009), tres visiones analíticas del desarrollo de las misiones jesuitas, el contexto interno y externo de quienes practicaron la escritura en el siglo XVIII, sus alcances y limitaciones en tres regiones mexicanas: El Nayar, Sonora y Baja California.
La geografía extrema del desierto bajacaliforniano fue definitiva en el ánimo de los jesuitas que no tenían una representación clara y real de lo que encontrarían al pisar los desérticos parajes; las duras condiciones de vida y la imposibilidad de recrear su mundo en un espacio en que los desencuentros lingüísticos abonarían a un escenario en que la evangelización se volvió un simulacro para la permanencia conveniente de los religiosos.
La autora expresa que el texto “busca entender la economía de producción del conocimiento que requería, literal o metafóricamente, de sujetos delirantes que sostuvieran a duras penas su orden para poder construir a partir de estos materiales incoherentes y fragmentarios, crónicas ordenadas, conocimientos generales, enciclopédicos de una región”.
Y es a partir de cartas y textos preparados (con un esquema ya reglamentado de antemano por las autoridades eclesiásticas) que las noticias de las Californias no hacían sino aumentar el imaginario de quienes también, debido a las penurias económicas en sus pueblos, deseaban ser parte de las expediciones que llevaban la evangelización a esas tierras y en las que seguramente encontrarían la gloria o perecerían como mártires ingresando así al catálogo de santos reverenciados.
Un aspecto que se contempla en el libro y que resulta sumamente interesante es el papel del “cuerpo” en el análisis de la relación jesuita-indígena, según Bourdieu “las instituciones totalitarias buscan producir un nuevo hombre a través de procesos de deculturación y reaculturación en los que se toman en cuenta incluso los detalles en apariencia más insignificantes como vestido, postura, y estilo lingüísticos, la razón de esto es que al tratar al cuerpo mismo como memoria, se le confían de forma abreviada y práctica los fundamentos principales de una cultura.”
En las misiones no había la mínima posibilidad de reproducir las condiciones para ofrecer una correcta aculturación, las palabras que designaban a las costumbres españolas, italianas o alemanas no tenían equivalentes, incluso las oraciones carecían de referentes para que los nativos las hicieran suyas totalmente, entonces eran esos los momentos en que los jesuitas dudaban del sentido de sus empeños y esfuerzos, de su propia identidad.
Lo que es más notorio en muchos de los casos de los misioneros, es un proceso de deculturación, hay religiosos que cuelgan los hábitos y se unen a mujeres nativas, otros pierden la lengua materna por el hecho de no practicarla más que en contadas ocasiones durante cortos periodos, el esfuerzo por aprender las lenguas nativas es infructuoso, prevalece el sentimiento en los extranjeros que los indígenas planean asesinarlos, la fe se quebranta, están rodeados de hechiceros que tanto curan como matan a voluntad, (sin la interferencia del Dios verdadero que se vuelve difuso en esos páramos) sucede también que hay épocas en las que es más importante para los misioneros la sobrevivencia a la enfermedad que formar en su religión a quienes, como Juan Nentuig “al señalar las bases del “ser” de los indios –ignorancia, ingratitud, inconstancia y pereza- dice que su trato con ellos le permite hablar de todo indio en general”.
La escritura es para las misiones una práctica vital para sobrevivir; Ignacio de Loyola insta a los religiosos a mantener una profusa correspondencia, mantener en orden los archivos y enviar a Roma las noticias de los pueblos que visitaban y en los que se establecían, desde sus costumbres hasta el clima: todo debía reportarse ya que no solo los jesuitas esperaban estas cartas sino que el público en general estaba interesado en “conocer” e “imaginar” esas tierras donde valientemente se convertía a la fe verdadera a otros.
Así que la primera edición de estas misivas aparece en 1571, bajo el nombre de Cartas edificantes y curiosas, que cumplían la función de entretener pero también de motivar a otros a lanzarse a la aventura de las misiones, estas comunicaciones tienen la característica de ser ambivalentes, ya que por una parte representaban la interacción de los religiosos con sus familias pero también se escribían a sabiendas que serían publicadas y llegarían a un público que las consumía como un producto, al que de alguna manera tenían derecho por nacionalidad y orgullo patriótico.
Justo es reconocer el aporte de los jesuitas a la difusión y registro de algunas gramáticas de la lengua ópata, pima y cora. La gran labor de escribir obras de evangelización en lenguas indígenas, vocabularios, artes y confesionarios que todavía existen, es interesante que para que estos pasos se dieran, hubo antes una negociación de poder entre jesuitas y evangelizados, ya que los últimos llegaban a convertirse en mentores de los religiosos respecto a la enseñanza de su lengua, entonces; la jerarquía de los misioneros disminuía necesariamente para negociar en este sistema de enseñanza-aprendizaje.
Había que “descender” un peldaño en su categoría como evangelizadores para ser capaces de llevar al nativo a su religión, situación que provocó cuestionamientos de la propia identidad, la frustración de ir perdiendo la lengua materna era para los extranjeros un signo de “bajar” a la categoría de los indígenas, ¿qué les esperaba en ese mundo, en ese limbo?, los significados de un mundo que habían dejado por la gloria celestial se perdían, descorazonados se daban cuenta que el sacrificio era mucho, algunos se reinventaban adoptando la lengua y costumbres de los indígenas, otros morían, muchos regresaban a la patria pero indudablemente en todos se operaba un cambio importante en su identidad.
El texto de Ivonne del Valle es revelador, lleva a que el lector se cuestione sus propias fronteras, ¿Cómo influyó el paisaje en nuestra historia, si hubieran sido otras las condiciones climatológicas, el resultado hubiera sido el mismo? ¿Cómo cambió la percepción de lo divino de los misioneros que renunciaron a la evangelización y regresaron a sus países de origen? ¿Cómo se reinventó en los jesuitas la idea de Dios al estar construyendo una misión que brotaba del páramo y que no tenía una resonancia en la convicción de los indígenas? ¿Hasta qué punto los nativos se compadecían o rechazaban a los extranjeros realmente? ¿Si se entretenían con los religiosos, llegaron algunos nativos a asimilar su presencia y sentir curiosidad o apego por ese Dios único? ¿Al aprender de los misioneros la lengua, aprendieron a escribir y escribieron su versión de los hechos? ¿Nació en los indígenas la necesidad de registrar los hechos, su sentir, lo que veían, al observar a los misioneros escribir y mantener registros de su experiencia en esas tierras?
El libro Escribiendo desde los márgenes, provoca preguntas. Una propuesta, se me ocurre, es la de dedicar tiempo al registro de la propia historia, el presente que nos toca vivir, su gente y su problemática, aportar la visión personal de lo que nos circunda. Que otros no escriban nuestra historia.
Por Iliana Hernández Partida
- Poeta, traductora, pintora. Integrante del Consejo Editorial del suplemento Cultural Identidad -
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