ENSAYO DE FILOSOFÍA POLÍTICA Y PSICOANÁLISIS
![Imagen de Gerd Altmann](https://static.wixstatic.com/media/d8f7d5_d6680356b2154c688417e117c1b0ae48~mv2.jpg/v1/fill/w_800,h_577,al_c,q_85,enc_auto/d8f7d5_d6680356b2154c688417e117c1b0ae48~mv2.jpg)
La representatividad muerta, de una democracia que perece a medida que se le rescata, a la que se le salva, se le brinda otra oportunidad desde la connotación de la política, merece y debe, ser analizada, bajo los incordios de los conceptos, de la estructuración psicoanalítica, tal como si se tratase de una suerte de diván, como todos imposible y experimental, público, explícito y explicitado, en donde el analista, el guía, el componedor, se transforma, se convierte, deviene en lector y donde el gobernante, al fin, a solas con su responsabilidad como con su irresponsabilidad, tiene la oportunidad de redimirse de sus excedentes, de excomulgarse de un mandato que lo lleva a los límites de la conversión de lo no humano.
Este conjunto de vocablos, está estructurado como un lenguaje que nos habla entre las exclusiones mutuas que se desprenden de la filosofía, la política y el psicoanálisis para la compresión del humano. En su lectura ágil, se podrá percibir el clivaje ocluido, el lazo, oculto como inexpugnable, que recobra de sentido, un jeroglífico en donde se pueden vislumbrar a la política, la democracia, el inconsciente y la vagina como conceptos fundamentales. En cada uno de los lectores, comentadores en verdad, así lo deseen ratificar en el código de las letras como en el reinado de sus silencios, se encuentra la guía para unir y desunir los cabos, tal como en el atalaya asoma la luz referencial del analista o como en la casa de gobierno, ejecuta la decisión, sea cual fuere la misma, el gobernante. Como si se tratase de una suerte de manifiesto, de codificación, independientemente de lo que lleve su dinámica, como su comprensión, en una dimensión de lo temporal que excede nuestra necesidad de respuesta, todo lo que calla nuestras palabras, no son más que las venturas que vivenciamos en estadios otros, sean oníricos, como producto de la fantasía o de la posibilidad de un futuro posible que nos impele a que nos habitemos más allá del miedo con el que leemos la reacción primigenia, que deslizamos ante la muerte.
Desde éste mojón es que consideramos que si no dejamos de pensar, actuando, de ésta manera, la llamada del ausente al que no acudimos, se terminará por extinguir, descenderos a una deshumanización de nuestras posibilidades, y convertidos en un subproducto de la razón instrumental, dejaremos de interesarnos por la palabra, por las traducciones que conseguimos mediante su uso y desuso. En tal ciénega del aceleracionismo, incluso en éste en el que se nos impuso una pausa, un paréntesis inesperado seremos la expresión consumada, del consumo hiperbolizado, sobregirado en las proporciones industriales que nos llevarán a buscar otros ambientes para desarrollar, ya no lo humano, sino su resultante, la operatoria mayor, la conversión final del verbo, de logos, de la palabra al número. Número que como tal, posee como propiedad intrínseca su no traducibilidad. La ausencia de exegesis del número, lo convierte y nos convierte, en algoritmos para uso y abuso de nuestra debacle, a la que se la llama, por el momento, en los últimos resquicios de la resistencia de las palabras, inteligencia artificial.
Cada vez son más los sujetos (atados a la taraxia que propina en sedante del fin de los tiempos), que exacerbados en su función policiaca, denuncian la llegada, la subsistencia de textos, de manojos de palabras, de gritos del humano, seriados, codificados en artículos, que no esperaban, que no pidieron, que no saben dónde colocarlo, además del basurero sea real, simbólico del cerebro o virtual de la casilla de correo. Ya tienen privada la posibilidad de entender que la humanidad, encontró sin buscar su traducción. Casi todo lo adquirimos mediante el libre juego, de que una cosa llevara a la otra, sin desesperarnos en buscar, imposible además, el cuánto y el qué.
La muerte no traduce lo humano, no lo redime, no lo inmortaliza, sólo la palabra es capaz de conseguir esto y tanto más.
La palabra, a la que se le persigue, se le ultraja, se le sodomiza, exigiéndole una traducción, un resultante, nos habla, nos interpela, en todos los planos posibles, para que nos reconciliemos con ella, con lo público, con lo político que es su sucedáneo. En la palabra no anida el resultado, al que por haberlo convertido en prioritario, la traducción del humano, lo va despojando de su sentido, de su esencialidad, de esa palabra por la que aún conservamos nuestra condición, hasta que la terminemos despellejando y en tal posibilidad, habernos transformado en la suma azarosa de algoritmo, sin posibilidad de regreso, de cambio, sin traducción más que la contundencia del número.
Fotografía: CarlosVdeHabsburgo
Por Francisco Tomás González Cabañas
Escritor y Conferencista
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