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Por Alberto Ángel “El Cuervo” | FACEBOOK
Ella tarareaba algo casi inaudible… Le hacía recordar los canturreos de Mama-Celfa… Nunca pudo entender como transformaba en butaque en una mecedora sin otra cosa que su movimiento al arrullarle… Una mamila de pozol y “Señora Santa Anaaaaa… Por qué llora el niñooooo…Por una manzanaaaaaa… Que se le ha perdidooooo…” Canturreaba y hacía el vaivén con el ritmo que sólo las madres conocen… Es un vaivén con el ritmo preciso, exacto… De esa manera, el crío va entrando en el ritmo del vaivén del universo… Por eso, cuando ella tarareaba algo casi inaudible, le hacía recordar los canturreos de Mama-Celfa… Algo sucedía con ella que mágicamente se sentía una brisa fresca, muy fresca ventilar el alma y la piel a medida que el butaque se iba transformando en una mecedora… Era como poder sentarse en la mecedora de Papá Beto, el abuelo, que todas las mañanas después de apurar su puntal, se sentaba en la mecedora gigantesca con toda su estatura que en aquellos años niños era gigantesca también… Poco a poco el abuelo fue dejando de crecer como un gigante y se fue haciendo pequeño al igual que su mecedora… Cada año, el abuelo y la mecedora se iban haciendo más pequeños… Pero en aquellos tiempos de trompos y doña blanca está cubierta con pilares de oro y plata… En aquellos tiempos de tu la traes y de una dos tres por mí y por todos mis compañeros, en aquellos tiempos , cuando el abuelo y la mecedora eran gigantes, brotaba mi deseo de sentarme igual que el abuelo que se sentaba con toda su estatura gigantesca, con sus ojos grisáceos, llorosos, con toda su voz autoritaria y dulce ordenando aquí y allá, con todos sus años viejos y su mechón blanco blanco que comenzaba en la frente… La diferencia entre la mecedora del abuelo y la que Mamá Celfa construía con el butaque y su pierna rígida, era que la mecedora del abuelo hacía un chillido monótono en cada vaivén y la mecedora de Mamá Celfa era absolutamente silenciosa… Por eso, el canturreo de ella se escuchaba clarito y lindo y me iba haciendo entrar en los sueños que a veces, sólo a veces, eran muy feos y entonces despertaba entre los canturreos llorando y Mamá Celfa me abrazaba y el canturreo se hacía más potente después de un rítmico “shhhhtttt, shhhhhtttt…”
Así me iba envolviendo la manta protectora de Mamá Celfa… Esa manta protectora que te defendía de los monstruos de la canícula… Siempre me dio miedo… La canícula era aterradora porque cuando las abuelas y las tías solteronas igual de viejas que las abuelas, esas tías que habían envejecido con el dolor sobre la espalda… Yo creo que por eso se iban jorobando poco a poco… El dolor es muy pesado… Y el dolor de las tías solteronas, que habían envejecido cargando a sus muertitos que les dejó la revolución, era muy fuerte, muy jodido… Por eso se iban jorobando… Poco a poco se les iba venciendo la espalda y la voluntad con el peso inmenso de sus muertitos y sus historias de amor truncadas… Todas las historias de amor de las tías solteronas y envejecidas a fuerza del llanto, eran historias que no habían florecidos… Mirar sus arrugas era como asomarse al llanto de un finadito nonato… Mirar sus arrugas estirarse cuando mencionaban que estaba llegando la canícula era verdaderamente aterrador… La Canícula… Hasta la fecha, escucho ese término y mi alma se sobresalta no obstante que ya sé que el nombre viene de canis, perro, y que el término se refiere a la constelación de Canis Maior y a la estrella que nombran La Abrasadora y que su aparición coincidía en épocas arcaicas a los días más calurosos del año en ambos hemisferios, y la humanidad en su pensamiento mágico, creía que el calor del sol se aumentaba con el calor de la Abrasadora y por eso el calor entre el 15 de Julio y el 15 de Agosto era tan intenso que secaba los arroyos, los lagos y así salían del fondo todas los demonios ocultos en el lodo y todo se volvía caos y enfermedad… Por eso, cuando la mirada de las ancianas se llenaba de terror anunciando La Canícula, el chiquitamental, así le llamaban a la bola de chiquillos que pululaban como avispas alrededor de los cuentos de espantos que Mamá Celfa guardaba bajo su mandil junto con los canturreos de la Señora Santa Ana… Enfermedades mil como el paludismo siempre llegaban aterrando a la humanidad que se preparaba para enfrentar la muerte en su poderío pandémico… El mundo entero se iba cubriendo con una sombra y la gente se preparaba para encerrarse a sortear la amedrentadora canícula… Y esos temores, solamente se calmaban con una mamila de pozol y los arrullos de Mamá Celfa en aquella mecedora que fabricaba con el butaque curveado y su pierna rígida… Por eso, el canturreo que brotaba de ella, le llevaba de la mano hasta aquellos arrullos infantiles… Hasta aquellos tiempos de las epidemias que se desataban con la canícula.
Muchos años… Muchos años fueron con toda la paciencia, derritiendo glaciares, acomodando la corteza, protestando por la estercolera que la llamada civilización les echó en la cara… Mucha paciencia tuvo La Tierra para aguantar agresión tras agresión por parte de la inconsciencia de la humanidad… Fuimos envenenando lentamente los mares, los aires, los continentes al grado de convertir en algo irreconocible el entorno… Y cuando el planeta comenzó a protestar, nos parecía juego y motivo de safaris ecológicos ir a tomar fotos de los volcanes nuevos que brotaban a diestra y siniestra o de aquellos que se consideraban extinguidos… Convertimos en motivo de asombro divertido las tragedias de las ballenas, de las aves que se caían repentinamente del cielo, de los osos que bajaban a las albercas de los seres civilizados muriéndose de sed, motivo de realización de cineastas improvisados fueron las agresiones, violaciones, asesinatos, explosiones, gente corriendo envuelta en llamas, niños llorando mutilados después de un bombardeo, vecinos asaltados, señoras golpeadas por su marido a quienes se filma antes que defenderlas con el pretexto de que será evidencia útil… “¡Páseleeee, anímeseeeeee, venga a este safari a las escenas más crueles del más cruel de las bestias, el hombre!” “¡Aprrrrr… acérqueseeeee a la rayaaaa, acérquese a la raya para que asista al mejor espectáculo del mundo… El espectáculo más cruel de la bestia más cruel de la creación, el único animal que estúpidamente mata por diversión… El único animal que ha manejado la tecnología para acabar consigo mismo… Páseleeeeeeee, circo de todas las pistas, mejor que cualquier circo…!”
Por eso cuando ella estaba tarareando, y su tarareo me acariciaba el alma, me quedé callado… Muy callado… Como en aquella vez que llegaron el hijo de Joaco y Romelia a la poza… Yo estaba nadando porque me había escapado de la escuela… Me había salido por la parte de atrás por donde estaba rota la cerca… Casi nadie se escapaba por ahí porque olía a todo… Y como te tenías que arrastrar para escaparte, todo el apeste se te quedaba impregnado en la ropa y sabrían que te habías escapado para ir a la poza… Pero pues de todos modos me escapé porque tocaba clase con el Maestro Zenón y, como decía el compadre Procopio, un compadre que tenía un mi tío, me caía en la punta de la imaginación… Nunca he sabido bien a bien cuál es la punta de la imaginación pero así decía… Así que, ahí estaba mirándolos en la poza mientras yo estaba escondido entre el jaguacte calladito calladito… Después me fui a confesar… Pero mientras estaba calladito escuchándola hasta que se dio cuenta que la estaba escuchando… “¡Me asustasteeeee…!” “¡Perdón, mi vida santa, perdón… Es que estabas cantando muy bonito y no quise hacer ruido para no perturbarte…!” “No pidas perdón, perdón habría de pedir yo por cantar tan feo…” “No, nada de eso… Tu canto es celestial porque brota del corazón…” Y un ¡abrázame… Tengo miedo…! Explotó de pronto… “Tengo miedo de todo… No sé qué está pasando… Dios nos debe estar castigando por algo…” “¿Por la canícula…?” “Por la canícula… Hace mucho tiempo que no escuchaba esa palabra… Damianita siempre la decía y era como presagio de cosas malas…” “Y sí, la canícula traía muchas enfermedades y las sigue trayendo… Enfermedades como el paludismo…” “Y el Covid… El Covid debe ser porque lo trajo la canícula, pero no la canícula que se refiere a la fecha sino a la canícula de los abuelos…” “La canícula de las tías solteronas jorobadas…” “¿Cuáles tías jorobadas…?” “No me hagas caso… Mejor canta, porque tu canto hace vibrar al cielo y eso es lo que necesitamos, hacer vibrar al cielo, al universo…” “Bueno, pues luego no te quejes… A ver, cuál estaba cantando… Ah sí… Señora Santa Anaaaa… Por que llora el niñooooo”
Y la canícula, fue desvaneciéndose en el canto junto con la pandemia dando paso a ese estremecer que dejaba su bendito tarareo que lograba hacer sonreír el ALMA…
Por Alberto Ángel “El Cuervo”.
albertorafaelbustillosalamilla
México-Tenochtitlan en mitad de la congoja que los apocalipsis dejan…
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