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Por Hamlet Alcántara O. | FACEBOOK
Recuerdo que el tema de Juan Soldado se me presentó en una atmósfera fantasmagórica como todo lo que envuelve una leyenda de este tipo.
Por entonces trabajaba como reportero en Frontera, un periódico local en Tijuana y había comenzado a escribir una sección especial de leyendas de la ciudad.
No quise comenzar con el tema del soldado porque sabía que había más historias en la calle, y buscaba algo nuevo. Juan Soldado era y sigue siendo una historia clásica de Tijuana.
Pero fue precisamente un 2 de noviembre cuando todo esto inició. Estaba cubriendo el Día de Muertos y decidí visitar el panteón municipal número 2 en la colonia Castillo donde está la tumba de este personaje.
“No sé qué tanto visitan la tumba esa del soldado. La niña, Olguita es la verdadera santa y su tumba está allá en el otro panteón”, me dijo un señor flaco de unos 65 años, que tocaba la campanita de su carrito de paletas con sus manos cubiertas por unos guantes negros de esos que están recortados de los dedos.
¿Si sabes eso? ¿Verdad periodista?, insistió mientras se acomodaba el sombrero de mimbre pintado de negro por el uso que le daba.
¿Saber qué? Respondí.
Qué la tumba de la niña está en el otro panteón y nadie la visita.
No lo sabía. Voltee a ver la distancia que debía recorrer al otro panteón y cuando quise preguntarle algo más al vendedor de paletas había desaparecido.
Ese día decidí entregar una nota diferente a la de Juan Soldado por el día de muertos, y escribí que la tumba de la víctima de este crimen, de la niña Olguita Camacho estaba abandonada.
Aquí cabe hacer un paréntesis para que los lectores sepan de qué estamos hablando.
La leyenda de Juan Soldado es famosa en Tijuana, porque de alguna manera este personaje se convirtió, injustificadamente creo yo, en una especie de santo venerado por los migrantes que llegan a esta frontera buscando cruzar de manera ilegal a los Estados Unidos y vivir el sueño americano.
Juan Castillo Morales es el nombre real de este militar que el 14 de febrero de 1938 degolló, y ultrajó después de muerta a Olguita Camacho Martínez, una niña de 8 años de edad.
Ante este escenario, uno se pregunta cómo es que este personaje es venerado, y la hipótesis principal es que lo habían incriminado y lo ejecutaron injustamente.
Pero volviendo a lo de la tumba olvidada, resultó que al leer la nota la familia se comunicó con el que escribe, para dar su versión. En pocas palabras que no habían olvidado a la niña y que incluso ella originalmente estaba enterrada en el panteón número dos, pero decidieron cambiarla al panteón 1, para que no estuviera junto a su verdugo.
Me invitaron a su casa para mostrarme fotos de la niña, y darme su versión de la historia, de eso hace ya más de 15 años.
Sobra decir que las familiares que me contactaron, unas sobrinas de la niña, estaban convencidas de que Juan Castillo Morales era culpable, y obvio el hecho de que la gente lo santificara era otra especie de tortura maléfica que el soldado parecía mandarles del más allá.
Para mi sorpresa la madre de Olguita seguía con vida, aunque residía en Guadalajara, y las familiares me ofrecieron contactármela para una entrevista.
“Déjenos checar si mi tía Feliza quiere hablar, porque nunca ha tocado el tema con nadie, ni ha concedido ninguna entrevista al respecto”, me dijeron.
Obviamente esto para mí esto representó un gran logro periodístico, ya que después de varios días de insistir finalmente se concretó la entrevista con doña Feliza Martínez que en aquel tiempo tenía 94 años de edad, pero estaba tan lúcida y recordaba la tragedia como si hubiera sido ayer.
A continuación les comparto la entrevista textual con doña Feliza Martínez viuda de Camacho, cuya grabación que aún conservo.
Háblenos de esa fecha doña Feliza.
Fue una cosa inesperada, nunca esperamos eso. La niña era una niña muy de casa y paso esa desgracia, no sé porque Dios mandó eso. Era muy católica, muy de la Iglesia, ese domingo había ido a misa, y algo sentía.
Ella tenía un vestido que le habían regalado en la doctrina y todos los domingos me decía, hay mamá quiero que me pongas ese vestido, no le decía, era un vestido humildito.
Y ese domingo insistió tanto en que le pusiera ese vestido, y se lo puse, fue a misa y todo normal, fue en la tarde a patinar al parque que quedaba a una cuadra de la casa.
¿El parque Teniente Guerrero?
Sí. Así es que regresó ya con sus patines, ya los puso ahí, y en eso ya tenía servida cena y ella no quiso.
Dice, hay mamita no quiero esto, le gustaba filete a ella, quiero eso, ¡ay no mi hijita! ya está todo listo. No ándale yo quiero eso.
Se fue oscureciendo y nada más era cruzar la calle a ir a la carnicería, y se fue, y la vi que salió y todavía su plato estaba servido... y se fue y ya no volvió. Ay mi hijita, le dije a la otra, asómate a la puerta y entonces yo agarre a la bebita, tenía una bebita yo, y hacía mucho frío. Me pare en la puerta para ver la otra que cruzó la calle (un suspiro)
Regresó y me dice, venía corriendo y me dice: mamá la Olguita no está en la esquina, ¿cómo que no está?
No dice que salió, el dueño. Salió la niña todavía, me dijo, ¿qué paso Camachito? ¿lo que quieres decir es que me vaya? no le dijo, la despachó, salió, y era lo único que supieron ya de ella.
Llegó mi hija la otra, más chica que ella, llegó a la casa y me dijo: mamá Olguita no está en la esquina ¿cómo que no está? le dije. No acostumbraba ella andar en las casas ni nada.
Entonces salí yo, deje la bebita que tenía en los brazos, y fuimos.
Salió la niña con la carne, se salió para atrás y le dijo ¿quieres algo más? no le contestó Olguita, lo que quieres es que me vaya, y fue lo último que vieron ellos, de ella que salió, y entonces tenía que cruzar la calle y entrar la casa.
Entonces cuando me dice la otra hermana eso, ya le hable al dueño de la casa y salimos, y nada que la habían visto salir y nada que supimos de ella... (se escucha el llanto de doña Feliza).
¡Ay Dios mío¡ inmediatamente empezaron todos a buscarla, dijimos, la atropelló un carro al cruzar no, es lo que nos imaginamos.
Inmediatamente se puso Tijuana en la búsqueda de ella, y no apareció.
Total que al primerito que se le preguntó, yo le pregunte al soldado que estaba en una barda recargado... ¡maldito seas¡... le dije ¿señor no vio una niña, que pasara por aquí, que la agarraran o algo?
No señora, no la niña ha de estar por aquí, dijo, no he visto nada, yo he estado aquí...
¿Era Juan Soldado?
Era el soldado, al que se le preguntó primero, y él es el que la había agarrado, seguro y la llevó dentro, por eso creemos que él fue.
¿Juan Soldado dónde estaba?
En el cerco, es al primerito que le preguntamos. El Juan Soldado es al que le preguntamos, yo llorando, gritando, imagínate... desquiciado él no vio que la atropellaran o algo, negó todo. Pero que él la agarró se la llevó adentro y ahí... la estrujó a ella...
¿Cuándo encontraron a la niña?
Al siguiente día, en la mañana como a las diez de la mañana, una vecina estaba viendo un garage. Estaba la Zona Militar, luego la casa, una casa grande y enseguida el cerco donde estaba el garage, donde estaba el soldado, y ahí estaba la niña.
La agarraron le taparon la boca y estaba como golpeada, el cuello...
En ese momento cuando la voz se le quiebra completamente a doña Feliza, Concepción Camacho, hermana de Olguita, toma la bocina para decir que su mamá ya no puede seguir hablando.
Como se puede ver el corazón de una madre no se equivoca. Pero hay que añadir, que independientemente de la entrevista que les presentó, también pude entrevistar al doctor Alejandro F. Lugo Perales, quien me compartió su investigación en que la que constan pruebas de que el crimen fue cometido por Juan Castillo, como el hecho de que fue su propia concubina quien le entregó a las autoridades el suéter que el militar traía puesto la noche de la desaparición y donde autoridades de San Diego, que apoyaban a la policía local, encontraron manchas de sangre que pertenecían a la Olguita.
Pero es tanta la ignorancia de quienes siguen a este seudo santo, que la imagen que veneran ni siquiera es la de Juan Castillo.
“Es un soldado con un uniforme que no corresponde a la época ni a la región militar donde laboraba Juan Castillo”, me aseguró el historiador.
En fin, y con todo esto que les presentó sólo me resta compartir mi reflexión que dio nombre a este artículo, porque para mí es más santa Olguita, que Juan Soldado.
Por Hamlet Alcántara O.
Escritor y Periodista
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