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Tata Nacho, historia de una canción.

Foto del escritor: Alberto Ángel "El Cuervo"Alberto Ángel "El Cuervo"

---Se parece muchísimo…

---Sí, la verdad es que hasta como hermanos gemelos podrían pasar, hasta las canas las tienen parecidísimas…

---Bueno, de hecho, muchas veces, cuando caminábamos juntos la gente pensaba que éramos hermanos gemelos y le decían: Maestro, no sabíamos que tenía un hermano gemelo… Y ¡hasta a mí, me pedían autógrafo, jajajaja!

---Ah, qué historias, Capitán, pero… Por el momento, olvidemos a su célebre primo y juegue, que si no, cambia la suerte de las cartas…

Maestro Ignacio Fernández Esperón

Las reuniones de poker, siempre eran divertidas por todo lo que contaban, y como yo era alumno de piano de la Maestra Ana María Esperón, esposa del Capitán Esperón, pues tenía ciertas canongías y podía asomarme de cuando en cuando a saludar y escuchar las charlas de los participantes… En aquella época, el nombre oficial de las mujeres cambiaba al casarse adoptando, además de los apellidos paterno y materno, el del marido. Así, por ejemplo, mi madre de nombre María del Carmen Alamilla Ruiz, al casarse pasó a ser María del Carmen Alamilla Ruiz de Bustillos. Y no recuerdo que eso causara ningún escozor de carácter feminista ni nada por el estilo… Era motivo de orgullo para la mujer… Pero, las cosas cambian, la manera de pensar se va haciendo distinta y a las nuevas generaciones les preocupa lo que a otras anteriores les parecía sin importancia… Cambia, todo cambia, decía Julio Numhauser en esa hermosísima e inolvidable canción de la que mi siempre admirada y querida amiga Mercedes Sosa, hizo una interpretación magistral tocando su bombo legüero… “Caaaaaambia todo cambiaaa…. Caaaaambia todo caaambia…” Y nosotros, los de entonces jóvenes soñadores revolucionarios, coreábamos regocijando el alma… Pues así, como todo cambia, fue cambiando la edad… Mi madre, al escucharme cantar con mi guitarra una tarde, decidió llamarle a la Maestra Esperón para pedirle que le hablara al Maestro Ignacio Fernández Esperón, Tata Nacho, de mí, de mi voz y mi deseo de ser profesional del canto… Me acicalé lo mejor que pude… La emoción, y los sueños, me acompañaron a lo largo de todo el camino en mi camión de segunda hasta aquella colonia que se me hacía lejanísima… De Azcapotzalco a Villa de Cortés… Un verdadero viaje.


“Maestro Tata Nacho, es un gran honor conocerle…” Y de inmediato me sentí el más torpe sobre la Tierra… Decirle Tata Nacho al Maestro Ignacio Fernández Esperón. Intenté disculparme pero con una bonachona sonrisa “¡No, por favor, nada de eso… Para mí es muy bonito que la gente me nombre así con cariño!” y nos trasladamos hasta la avenida Chapultepec, al aquel entonces llamado Televicentro… Me esperaba otra sorpresa, el conocer a un cantante legendario en nuestra música, nuestro México y en el mundo entero: Pedro Vargas… El Samurai de la canción, así lo llamaron en repetidas ocasiones… De esa manera, tuve la fortuna de iniciar una amistad que me honró con el Tenor Continental, como fue también conocido. Por infortunio, al poco tiempo de haber conocido al Maestro Fernández Esperón, lo sorprendió la partida a otro plano… Pero los breves momentos que conviví con él, fueron de aprendizaje y contagio por el nacionalismo que el Maestro enarbolaba como bandera musical e ideológica siempre. Así, un día le pregunté:


---Maestro… Hace tiempo que quiero comentarle, preguntarle acerca de su canción “La Borrachita”…

---¡Ah, esa es una canción muy especial para mí…

---¿A quién se la escribió, Maestro… Y por qué por momentos habla en primera persona y…?

---A eso voy… Calma y nos amanecemos… Te cuento…


Avergonzado por haber interrumpido el relato del Maestro, me quedé en silencio ansioso por enterarme de todos los avatares alrededor de esa canción… Hacía algunos años que en alguna fiesta, había escuchado en la voz del barítono aguardientoso de la ocasión, justamente La Borrachita… Y, por alguna razón, me había motivado una gran curiosidad el personaje principal de la narrativa… La hipersensibilidad, ha sido desde siempre mi compañera en la tormenta… Y con esa canción, definitivamente era imposible evitar la humedad en los ojos a medida que hilvanaba la historia de aquella mujer que viajaba a la capital “pa’ servirle al patrón que me mandó llamar anteayer…” Y Tata Nacho, comenzó su relato… Se sentó acomodándose y llevando la mirada hacia arriba como evocando el momento…


---Siempre he disfrutado de abrir las ventanas y escuchar cuando las flores hacen que los pajarillos nos regalen sus trinos… Y hacía un tiempo que había comenzado a trabajar con nosotros una joven que venía del sureste… Me sorprendía que siempre estaba canturreando con una vocecita muy bien timbrada, una voz delgadita de soprano ligerita y medio tipludita…

---¿Qué cantaba, Maestro…?

---Pues, cancioncitas populares… Pero las cantaba con un sentimiento muy particular, las cantaba con toda el alma y verdaderamente hacía vibrar, por eso abría yo la ventana para escuchar a los pajaritos y a ella canturreando… Al cantar, siempre se le humedecían los ojos y al final no podía evitar el llanto… También, era inevitable percibir su aliento alcohólico… Pero cantaba tan bonito que eso era lo de menos… Todas las mañanas y las tardes y a todas horas cantaba, lloraba y decubrí que de cuando en cuando se daba sus traguitos…

---Por eso lo de borrachita, claro…


De nueva cuenta me sentí mal porque una vez más estaba interrumpiendo al Maestro y le pedí que por favor continuara ofreciendo una disculpa… “Le pregunté por qué lloraba tanto… Le pedí me contara qué era lo que le hacía sufrir…” “¡Ay, patrón… Lloro porque no me hallo sin mi señor, sin mi marido que se quedó en el pueblo…” “Pues mira, da la casualidad que yo estoy necesitando un trabajador… Dile que venga, escríbele y que se venga a trabajar conmigo… Así ya te sentirás tranquila, seguirás cantando y todo arreglado…” “¡No, patrón, ‘onde lo va usté a pasar a creer, no…” “¿Pero por qué no…? No te entiendo… Si lo extrañas tanto por qué no quieres que venga a trabajar conmigo…” “Porque si viene, pos nomás me va a seguir haciendo padecer como siempre…” Se quedó callado, evocando y lo acompañé en su silencio respetuosamente aunque con el deseo de preguntarle más… Justo cuando iba a hacerlo, el Maestro Tata Nacho continuó “Así, que me dejó mudo y conmovido… Por eso, en la canción, habla ella, hablo yo con la intención de traer a su marido y vuelve a hablar ella… Por eso… Dejé las cosas como estaban… Todas las mañanas seguía abriendo las ventanas para escuchar a las avecillas con sus trinos, seguir escuchando la voz bella de ella canturreando tonadillas dolorosas, tristes y percibiendo siempre el aroma a alcohol que se desprendía con el canto triste de la borrachita…”


Fue la última vez que tuve el privilegio de convivir con el Maestro… Me hubiera gustado disfrutar mucho más tiempo de sus palabras, de sus anécdotas… Una vez, platicando con Pepe el Cuate Castilla, me dijo: “Todos inventamos un poco a la hora de contar nuestras cosas… Pero lo importante es lo que se guarda en el corazón… “ Por eso, si lo que me contó el maestro tiene de más o de menos, carece totalmente de importancia comparado con lo que su alma guardaba… Ahora, mientras les comento todo esto, me toca a mí abrir las ventanas… Intento escuchar el canto de los gorrioncitos y los mirlos cada amanecer y cierro los ojos… Mágicamente, al cerrarlos, logro también percibir, escuchar, la voz muy dulce, ligerita, tipludita de aquella mujer que alegraba el corazón del Maestro Tata Nacho, con su canto, su tristeza y su aroma a alcohol de “La Borrachita”.

 

Por Alberto Ángel “El Cuervo”.

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México-Tenochtitlan, en la reflexión y la evocación de los tiempos idos…


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